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"Se sigue llamando palestina"

Erika S. Aguilar Silva 

Maestra en Estudios de Asia y África, Colegio de México

Nada justifica la violencia indiscriminada contra población civil. Tampoco la respuesta desproporcionada ni los crímenes que el Estado israelí ha perpetrado sobre el pueblo palestino en más de una ocasión, a modo de castigo colectivo, y que en la actual escalada de violencia han cobrado la vida de más de 11 mil personas. Cualquiera que viole el Derecho Internacional Humanitario debe ser sancionado en consecuencia.

 

Ciertamente, la incursión multidominio (tierra, mar y aire) que las Brigadas Izad-Din al-Qasam, brazo armado del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) y Yihad Islámica llevaron a cabo el 7 de octubre en territorialidades israelíes marcó un nuevo punto de inflexión en la trayectoria de este conflicto político. Sin embargo, como declaró António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, es indispensable “reconocer que los ataques de Hamas no sucedieron en el vacío”.

 

Afincado al amparo de la limpieza étnica (1948), la ocupación militar (desde 1967), un proceso de colonialismo de asentamiento y de apartheid vigentes, así como del bloqueo sobre la Franja de Gaza (desde 2007), el Estado israelí aludió a un “estado de guerra” que, no obstante, constituye la realidad que ha moldeado la vida diaria del pueblo palestino durante los últimos 75 años. Se trata de un conflicto asimétrico en el que la potencia ocupante opera en total impunidad ante el silencio de una comunidad internacional que, simultáneamente, criminaliza al pueblo ocupado cuando reivindica su derecho a resistir la dominación colonial por todos los medios posibles (Resolución 3070, 1973). Derecho que para los palestinos no es sólo eso, “sino una forma de ser y de sobrevivir”, tal como se expresa en el Comunicado de la Unión de Profesores y Empleados de la Universidad de Birzeit.

 

Pese a las condiciones estructurales impuestas por el bloqueo (altos índices de dependencia humanitaria, pobreza y desempleo; restricciones al movimiento de personas y bienes; etcétera), en la Franja de Gaza más de 2 millones de personas han coincidido en la urgencia de desarticular los sistemas de muerte y volcarse hacia la reivindicación y el cuidado de la vida. En este sentido, la práctica de sumud, definida por la Enciclopedia de la Cuestión Palestina como la “determinación de vivir lo más normalmente posible”, se ha visto reflejada en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

 

Así lo hizo Heba Abu Nada a través de sus poesías y novelas (como “El oxígeno no es para los muertos”); Heba Zagout mediante los lienzosdonde plasmaba el repertorio emocional de su día a día; lo mismo que la joven promesa del arte Doniyana al-Amour; Shaima Akram Saydam,estudiante con las mejores calificaciones de este año o Besan Helasa, futura médica; Hadeeel y Alaa Qwaider diseñando planes de estudio y enseñando a niñas y niños en las escuelas. Lo hacen aquellas y aquellos de quienes desconocemos sus nombres, pero que colaboran en Organizaciones No Gubernamentales (como Media Luna Roja), asociaciones, comités o colectivos de la sociedad civil (Sociedad de Mujeres Graduadas, Conservatorio Nacional de Música Edward Said, Sociedad Salva el Futuro de la Juventud, Club Deportivo para Personas con Discapacidad, Programa de Salud Mental Comunitaria, Ventanas de Gaza para el Arte Contemporáneo, Sociedad de Poetas de Gaza, entre muchas otras). Incluso lo hacen los más de 200 presos que, en septiembre de este año, la asociación Addameer identificaba como originarios de la Franja de Gaza. Hombres y mujeres que ocasionalmente donan el cuerpo para comenzar huelgas de hambre a modo de “revoluciones cautivas”, como las ha llamado Nahla Abdo.

 

Lo hace la joven periodista Plestia al-Aqad, quien a través de su cuenta de Instagram ha documentado la destrucción de su ciudad al tiempo que solicita: “Reza, Comparte, Protesta, Boicot”. Se refiere a la iniciativa palestina nacida en 2005 llamando al Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) para agrietar tanto a la economía de guerra israelí como a su maquinaria propagandística (Hasbara), repleta de discursos de odio y deshumanización.

 

La catástrofe humanitaria que atestiguamos en la Franja de Gaza no debe restar atención a la parte cisjordana de Palestina, donde la violencia va en aumento, así como los asesinatos y detenciones administrativas (sin cargos, ni proceso judicial, e indefinidas). Todo ello en medio, por un lado, de declaraciones regionales e internacionales de élites políticas, actores estatales y no estatales, incapaces de parar la masacre en curso y, por el otro, de pueblos manifestándose alrededor del mundo con la consigna: “¡No es una guerra, es genocidio!”.

 

Entretanto, el pueblo palestino continúa “enseñando vida”, en palabras de la poeta Rafeef Ziadah. Y es que, como escribió Mahmud Darwish: “en esta tierra hay algo que merece vivir […] se llamaba Palestina. Se sigue llamando Palestina”.