Otra vez, gentrifica… ¿qué?
Por Rosalba González Loyde
Maestra en Desarrollo Urbano por la Universidad de Chile

Gentrificación. Foto: Wikipedia
La abundante literatura sobre fenómenos urbanos es amplia, pero no está exenta de debates y críticas relativos a los espacios públicos y las casas que habitamos. La palabra gentrificación es un ejemplo de ello.
En los últimos meses hemos observado un auge público del uso de este término. En redes sociales, medios de comunicación, protestas y debates académicos se han puesto sobre la mesa fenómenos como la dificultad de acceso a la vivienda, de habitabilidad frente a grandes proyectos inmobiliarios, y de limitación en servicios básicos como el agua; esto marcadamente (aunque no sólo) en áreas urbanas de algunas ciudades mexicanas, con un claro énfasis en la capital.
En la Ciudad de México, en el año 2000, se instauró una política pública (Bando dos) que marcó un cambio significativo en su desarrollo urbano, pues restringía la construcción de unidades habitacionales y desarrollos comerciales fuera de las alcaldías centrales: Cuauhtémoc, Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza. Esto tenía como objetivo frenar el proceso de despoblamiento de esa zona, al aumentar la vivienda en ellas y aprovechar la infraestructura ya existente para evitar el crecimiento hacia la periferia.
El mejoramiento de espacios públicos, la creación del sistema de Metrobús, de Ecobici y la apertura para edificar vivienda en estas alcaldías, entre otros hechos, provocaron que el suelo, la materia prima del desarrollo urbano, fuera más atractivo y por lo tanto, vez más caro. El costo de éste, al ser un bien finito, irreproducible y desregulado, se somete a las condiciones de mercado.
Es decir, de cierta manera, las políticas de regreso a la centralidad han tenido un efecto contraproducente. Si bien el proceso de despoblamiento de las áreas centrales se frenó, también es visible que cada vez es más complejo acceder a una vivienda en zonas bien ubicadas de la ciudad y que familias han sido desplazadas por el alto costo que implica habitar en estas áreas.
Algo al respecto nos indica el aumento de la vivienda en alquiler en los últimos 20 años y la tendencia también creciente de los hogares conformados por corresidentes, es decir, la de compartir departamento con amigos e incluso extraños. Ambos fenómenos son mecanismos para habitar en zonas bien localizadas de la ciudad y así evitar largos traslados, acceder a espacios públicos, equipamientos de calidad, fuentes de empleo y servicios básicos.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la gentrificación?
En 1964, la socióloga británica Ruth Glass, utilizó esta palabra para referirse al proceso de invasión y desplazamiento en algunos barrios londinenses, de clases trabajadoras a medias (gentrys) (Glass, 1964); desde entonces ha habido una abundante producción académica sobre cómo interpretar y reconocer ese vocablo en los estudios urbanos; esto, por supuesto, también ha tenido cabida en la administración pública para definir y medir el fenómeno, a través de planes, programas y políticas.
Entre 2010 y 2020, las investigaciones académicas sobre gentrificación en América Latina fue altamente prolífica, así como los eventos para hablar sobre el asunto y los casos de estudio en ciudades de la región; a pesar de esto, el término continuaba sin consenso, por lo que algunos llegaron a aceptar que la palabra tenía una carga polisémica:
“… es notorio el modo en que el uso del concepto de gentrificación en América Latina es tan heterogéneo como en el mundo anglosajón, y dependiendo de las lecturas del autor en cuestión, podemos encontrar un contenido muy variable” (Díaz, 2015, pág. 14).

Desplazamiento de una población de menores a mayores ingresos. Foto: Real Estate & Lifestyle
Desde mi perspectiva, la gentrificación sucede cuando existe desplazamiento de una población de menores a mayores ingresos, como resultado de un proceso de renovación urbana (pública o privada) en zonas bien localizadas de las ciudades; sin embargo, pese a que el aterrizaje parece claro, no es sencillo de reconocerlo materialmente, en especial cuando se busca cuantificar y estratificar su incidencia; es decir, medirlo.
Porque si bien hay estudios donde se afirma que los procesos de renovación que han sufrido en las últimas décadas las colonias Roma, Condesa y Juárez son irremediablemente de gentrificación, otros autores han expresado que es complejo establecer si existió desplazamiento, si se trata de cambios en los niveles socioeconómicos como resultado del mejoramiento, o que llanamente esos barrios no han sido habitados por personas de estratos populares.
Pero mientras la academia debate en búsqueda de acuerdo sobre la definición de gentrificación y su uso para explicar este fenómeno (además de carácter global), la ciudad habita los estragos de la palabra fuera de las definiciones.
Según mi punto de vista, el uso del concepto en el debate público pierde eficacia, principalmente por la lucha en la literatura académica, que da la pauta a la comprensión y uso técnico, para luego posicionarse en la esfera pública, lo cual genera ambigüedad. ¿Cómo saber desde qué perspectiva debatimos la gentrificación?
No pretendo, con esto, despolitizar al vocablo, pero sí evidenciar que mientras exista el conflicto académico acerca de su significado, su carga política se diluye en el propio debate, en especial porque los detractores de los movimientos en defensa de la vivienda y del derecho a la ciudad, también hacen uso del conflicto e impiden continuar con las estrategias que estarían por encima de la palabra misma: el sistema desigual de acceso a la vivienda y el derecho a la ciudad.
Referencias:
Díaz, I. (2015), «Introducción. Perspectivas del estudio de la gentrificación en América Latina», en V. Delgadillo, I. Díaz, & L. Salinas, Perspectivas del estudio de la gentrificación en México y América Latina (págs. 11-30). Ciudad de México: Instituto de Geografía, UNAM.
Glass, R. (1964). London: Aspects of Change. London: Center for urban studies.