No queremos que sufran como nosotros lo hicimos

Yasuaki Yamashita y Ari Beser conversando. Foto: Myriam Corte
A 50 años de la firma del Tratado de Tlatelolco, el cual prohíbe la adquisición y desarrollo de armas nucleares en la Región de América Latina y el Caribe, se realizó un Conversatorio en el auditorio Pablo González Casanova con un testigo y sobreviviente de los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki; y el nieto del único norteamericano presente en ambas operaciones militares. Estuvieron acompañados por Kathleen Sullivan, directora del Programa de historias de Hibakusha, y la profesora Sandra Kanety como moderadora.
¿Cuáles son las verdaderas consecuencias del ataque nuclear? ¿Por qué es tan importante que no existan más estas armas en el mundo? ¿Por qué después de tanto tiempo aún siguen destrozadas las vidas de los sobrevivientes?
Kathleen Sullivan abrió el diálogo e invitó al público a reflexionar y cuestionar el conocimiento sobre los países que tienen armas nucleares. Explicó la consecuencia del estallido de la bomba nuclear y dijo: “No hay otro problema de armas nucleares que afecte tanto a la humanidad como la bomba atómica”. Pidió que los asistentes cerraran los ojos y pensaran en todas las cosas que aman, la gente, lugares, cosas que aprecian. Minutos después pidió abrir los ojos y considerar que las armas nucleares pueden afectar todo aquello que se ama y que “nos hace humanos”.
El sobreviviente al ataque de 1945, Yasuaki Yamashita, relató su experiencia y las razones por las que sigue contando su historia a pesar del dolor que aún existe. Consideró importante lograr el entendimiento de este tipo de tragedias para evitar un problema nuclear. Cuando sucedió el ataque él tenía sólo seis años y fue protegido por su madre, pero no se salvó de las consecuencias de ser estigmatizado.
Aunque no resultó herido, los resultados del ataque se reflejaron después de varios años, cuando él y muchos que no fueron afectados al instante por la bomba atómica, comenzaron a ser discriminados por tener la posibilidad de desarrollar alguna deficiencia. Se decía que no debían acercarse a los sobrevivientes porque podían estar en riesgo; las mujeres se suicidaban y nadie deseaba estar con ellos. Aún recuerda la imagen de una ciudad en llamas cuando sucedió el ataque —solía tener amigos que jugaban en las montañas y después de ese día éstos se convirtieron en fantasmas—, minutos después de la tragedia miró todo obscuro y sin luz; recuerda también la escasez de comida y lo difícil que fue adaptarse después del daño ocurrido.
Al término de la preparatoria trabajó en un hospital y observó la gran cantidad de muertes por la radioactividad; deseaba ir a un lugar nuevo donde nadie lo conociera o juzgara por ser sobreviviente. Obtuvo un trabajo en la prensa japonesa y en 1968 tuvo la oportunidad de viajar a México, pero fue hasta 1995 cuando comenzó a contar la historia que lo marcó toda su vida.
Al tener un mensaje que compartir sintió un gran alivio al narrar su experiencia a muchas personas, tiene la seguridad de que la paz es un acto que cada uno puede llevar consigo mismo por más mínimo que sea. Vivir en paz es algo esencial, “podemos comenzar a promover la paz”.
Ari Breser, el “contador de historias”, presentó su obra: La familia nuclear, una forma de expresar la experiencia de ser el nieto de uno de los militares que lanzó la bomba atómica: Jacob Beser. El primer contacto que tuvo con el ataque fue a los ocho años al ver las quemaduras de un sobreviviente en una fiesta, experiencia que lo inspiró a viajar para conocer otras historias y así escribir un libro sobre su familiar. Mencionó la importancia de trabajar juntos por la paz, misma que se debe hacer ahora.
Al concluir los testimonios, Kathleen invitó a la audiencia a realizar una dinámica que consistió en escuchar y hablar con la persona de a lado, decir las cosas que los afectaron al escuchar los testimonios. El ejercicio consistió en expresar las emociones que tuvieron después de escuchar historias de las familias perdidas de los sobrevivientes, reflexionar acerca del daño y el dolor causado por las armas nucleares.
Estuvo presente Leonardo Arizaga, Embajador de Ecuador en México, quien dirigió unas palabras a todos, recordó los 50 años del tratado de Tlatelolco y exaltó el orgullo mexicano de que el Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe (OPANAL) se encuentre en la Ciudad de México.
“El miedo no genera paz, es necesario pronunciar la eliminación de las armas nucleares y lograr su destrucción”, aseveró el diplomático.
Es que una generación nunca sufre lo que sufrió la precedente. Siempre hay nuevos problemas por ser sufridos. Es un sin-sentido que los viejos teman un dolor ajeno, el de los jóvenes, causado por los problemas de hace 50 años.