Mijaíl Gorbachov, el último líder de la URSS

Imelda Ibánez

Maestra en Relaciones Internacionales, UNAM

En diciembre de 2022 se cumple el primer centenario de la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), mismo año en el que falleció su último líder: Mijaíl Serguevich Gorbachov, y también en el que asistimos a un gran cambio que ha cimbrado el espacio de seguridad euroatlántico y postsoviético, con la crisis político militar en Ucrania, cuyo impacto repercutirá en el esquema de la política mundial.

 

La historia no tiene modo subjuntivo. Cuáles serían las alternativas a la caída de la URSS, nunca lo sabremos. Desde el momento en que Gorbachov lanzó las reformas a su país, ya era imposible detener este proceso; la Perestroika y la Glásnost superaron los límites del deshielo de Nikita Jruschov. De 1985 a 1987 Gorbachov gozaba de una confianza enorme, la población mantenía un gran entusiasmo hacia el nuevo Secretario General del PCUS; su energía, creatividad y eficiencia simplemente asombraron a muchos y trabajó sin escatimar en sí mismo.

 

Desafortunadamente, el gobierno de Gorbachov estuvo acompañado de serios juicios y a menudo errores; ejemplos de ello, la fallida campaña contra el consumo de alcohol, que causó graves daños al presupuesto del país, y el accidente nuclear de Chernobyl, que se convirtió en un ominoso presagio del colapso posterior de la Unión.

Por supuesto, hubo éxitos, y el ámbito de las relaciones internacionales fue uno de ellos. El nuevo Secretario General estaba convencido de que la relación con Estados Unidos debía pasar a primer plano en el campo de la política exterior soviética, y que el nivel de confrontación en ellas tenía que reducirse. Las cumbres Gorbachov Reagan, en Ginebra (1985), y Reykjavik (1986), dieron al mundo el mensaje de que la potencia soviética deseaba escucharse y entenderse con la estadounidense. De hecho, en los años siguientes, los dos países lograron un cambio completamente definitivo en la naturaleza de las relaciones interestatales, y se consiguió un gran avance en el campo de la política de desarme.

 

Asimismo, en el ámbito regional europeo, la propuesta de creación de la Casa Común Europea, bajo la firma de la Carta de París de 1990, llevaba el mensaje que Gorbachov deseaba: la conformación de la indivisibilidad de la seguridad para los Estados europeos, incluida la Unión Soviética.

 

Sin embargo, tres hechos resultaron fatales para la apertura y cambios propuestos por el último líder de la URSS: el golpe de Estado, en agosto de 1991, organizado por Boris Yeltsin; la firma de los acuerdos de Belovezhsa entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia, y el desconocimiento de los líderes occidentales sobre los pactos de seguridad para la región euroatlántica, todo cuando Gorbachov carecía ya de peso político.

 

Hay que destacar que cuando se decidió el destino de la Unión en Belovezhskaya Pushcha, el 8 de diciembre de 1991, y contra de la voluntad del pueblo, expresada en el referéndum del 17 de marzo, nunca pensaron en las consecuencias; incluso, el destino de las fuerzas armadas y las nucleares quedó en el aire: las fuerzas armadas unificadas se desintegraron rápidamente, y la declaración de intenciones de “preservar y mantener bajo el mando unificado del espacio estratégico- militar común, incluido el control unificado de las armas nucleares”, resultó ser una frase vacía. La prisa de los acuerdos sorprendió hasta a los estadounidenses.

 

Cuando Gorbachov anunció su renuncia dejó el cargo, queriendo evitar una división en el país y una guerra civil, que serían inevitables si recurría a acciones contundentes como la aplicación del estado de emergencia. Él mismo lo declaró: “Todavía me hacen la pregunta: ¿está seguro que después de Belovezhsa hizo todo lo posible, utilizó todos los poderes del presidente para preservar la Unión? Mi respuesta: sí, utilicé todos los poderes políticos, todos los medios, excepto la fuerza. Recurrir al uso de la fuerza para mantener el poder ya no sería de Gorbachov. ¿Y cómo podría terminar? La división de todo: el ejército, la policía, un conflicto civil y posiblemente una guerra civil, el derramamiento de sangre. Este camino estaba cerrado para mí”.

 

El día de su renuncia, el presidente de la URSS, con el ánimo completamente abatido, pero quien en el momento de grabar el llamado a la población pudo presentarse íntegro, dio un discurso con gran respeto a su pueblo, que enfrentaba una prueba tan difícil, como las que Rusia, a través de su milenaria historia, siempre ha sorteado: el comienzo de una nueva era, que, a principios de este siglo XXI, continúa escribiéndose, y que sin su presencia no podemos entender la historia de la política mundial.

 

En su último libro: Lo que está en juego, el futuro de la paz global (2019), Mijaíl Serguevich Gorbachov se despide así: “Mi actividad política ha tenido lugar en una época en la que mi país y el mundo experimentaron cambios drásticos. He aceptado el desafío del tiempo. No he escapado a los errores, pero se han producido más cambios de magnitud histórica. Creo que me da derecho a reflexionar sobre el futuro y compartir mis pensamientos con ustedes”.