Los problemas económicos actuales: un efecto en cadena

Francisco Vidal Bonifaz

Doctor en Economía, con orientación en Historia Económica; también es docente del Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación de la FCPyS.

 

La pandemia de la Covid-19 no sólo trajo un enorme caudal de muerte y sufrimiento para la humanidad sino que además generó una serie de problemas económicos de corto y largo plazo.

 

Suele creerse que los conflictos económicos que padecen los países, como el amago de una severa crisis financiera en las principales economías capitalistas tienen una causa única, pero no es así.

 

La pandemia generó, cuando menos un impacto importante en el mercado laboral: millones de personas trabajadoras murieron o fueron afectadas; también originó una crisis de abasto de productos y materias primas, en especial industriales, sencillamente porque la producción se detuvo o fue afectada, y ni qué decir del retraso en la logística de distribución debido al paro en los transportes.

 

Estos hechos, de por sí, anunciaban el rebrote de la inflación de la que también son responsables los monopolios que controlan los centros neurálgicos de la economía mundial —estamos lejos, muy lejos de una economía de libre mercado— y que reorganizaron sus finanzas, entro otras medidas, gracias al aumento de los precios. Lo importante, en todo caso, era resarcir o incrementar las utilidades de sus accionistas.

 

La espiral inflacionaria se desató cuando menos en varios países capitalistas desarrollados y subdesarrollados. El dogma monetarista receta que una de las medidas más importantes para detener la inflación es que los bancos centrales encarezcan el crédito —elevando la tasa de interés— lo que, en teoría, amaina la demanda y por tanto, contribuye a restar presiones a la inflación.

 

Los economistas estaban entretenidos discutiendo el problema y la población sufriendo las consecuencias de la espiral inflacionaria, cuando estalló la guerra en Europa oriental en la que Rusia invadió Ucrania.

 

El conflicto bélico provocó problemas inmediatos en el abasto de granos básicos —que afectó, por ejemplo, a los países pobres de África— y un aumento en el precio de los energéticos. Así, se atizó con mayor fuerza el proceso inflacionario.

 

En los grandes países capitalistas los bancos centrales mantenían su política de elevar las tasas de interés y las naciones más importantes, entre ellos Estados Unidos, abrieron la chequera para financiar la resistencia de Ucrania frente al rival ruso.

 

A estas alturas, varios economistas ya habían olvidado que con la llegada de Donald Trump se habían relajado ciertas regulaciones que la administración Obama había impuesto a los bancos en busca de limitar su irrefrenable adicción al riesgo, con tal de obtener mayores beneficios a sus accionistas.

 

Por definición, los bancos son especialistas en administrar el riesgo y, por añadidura, lo reducen al mínimo para sus clientes: depositantes y ahorradores. Pero la banca moderna no entiende de razones y sólo se puede intentar que no olvide su principal vocación por medio de estrictas regulaciones.

 

El problema es que con la irrupción de Ronald Reagan y sus reaganomics inició un ciclo de desregulación de los bancos que culminaron con la enorme crisis de 2008. La lección no fue bien aprendida —es más, parece que el sistema carece de capacidad de aprender de sus peores errores— y la desregulación volvió a enseñorearse con la llegada de Trump.

 

Entidades como el Silicon Valley Bank comenzaron a usar los depósitos de sus clientes para realizar inversiones de riesgo y el continuo aumento de las tasas de interés provocó que, precisamente, éstas enfrentaran importantes pérdidas.

 

¿Un banco perdiendo dinero por hacer inversiones de riesgo?: sí y una vez que los rumores sobre esos quebrantos se esparcieron entre los principales clientes de la institución, éstos comenzaron a retirar sus depósitos hasta que literalmente ésta se quedó sin dinero. La ruina estaba presente.

 

Ahora el gobierno de Estados Unidos y de otros países tendrán que destinar dinero a salvar a los bancos que, como el Silicon Valley Bank, sufran los tremendos efectos de su adicción al riesgo y, aunque se niegue, la sociedad tendrá que pagar los costos de esa otra epidemia que asola a la sociedad capitalista.