Las voces de la ausencia

Familiares de víctimas de feminicidio compartieron sus testimonios con estudiantes de la Facultad.Fotografía: Ricardo López | Gaceta Políticas
Leticia, Mariana, Daniela, Fernanda, Daysi, Claudia, Pati, Jennifer, Ivonne, Karen y Erick, Diana, Lupita, Ivón, Jazmín, Selene, Naama, Anabel, Karen, Lupita, y muchas, muchas más. Estos nombres encarnan el dolor de las familias que padecieron feminicidios. Los nombres estaban grabados en cruces de madera, las cuales se repartieron entre la audiencia, quien se apropió de las historias, de las vidas y de las muertes de todas esas mujeres.
Frida Guerrera, activista y periodista dedicada a hacer visible el crímen del feminicidio en nuestro país, visitó la Facultad. Con ella venían dos familiares de víctimas que nos dieron sus testimonios con la voz quebrada y con el dolor de la remembranza, del recuerdo trágico. Sus historias llenaron la Sala Fernando Benítez de un aura triste, de un coraje compartido, pero también de lucha y de la añoranza por justicia y la existencia de un mundo mejor. Las cruces estuvieron alzadas, vivas.
Más familias de las mujeres asesinadas nos hablaron a través de un video. Su voz se unió para decir: “Mi familia fue víctima de feminicidio porque nos asesinaron a todos”. También: “Somos las voces de la ausencia”. Aquellas mujeres y niñas perdieron su voz y luz propia, pero revivió una parte de ellas por el amor y la memoria permanente de sus allegados. La exigencia es entonces, ante la imposibilidad de revertir la muerte, la justicia y más justicia.
Magdalena Jardón Flores fue encontrada muerta en los límites del Estado y Ciudad de México el 2 de septiembre de 2013. Su hija, Paola, con un nudo en la garganta, nos dio su testimonio. No puede comprender la cobardía detrás de quien dejó a su madre tirada en una calle, una calle de miles, prácticamente anónima. ¿Cómo explicarle a su hermanita que su madre no está, que se fue de una forma horrorosa? Nos suplica que hagamos conciencia, que aprovechemos a nuestras madres porque no sabemos qué pasará mañana. Nadie nunca pensó que aquello sucedería, pero pasó.
A Sacrisanta Mosso le arrebataron a Karen y a Erick, sus dos hijos, el 4 de agosto del 2016. Fue su primo hermano, con quien crecieron. La madre en luto convivió con él sin saber que escondía el secreto de la muerte de sus vástagos. El descubrimiento de Sacrisanta, después de meses de investigación, la llevaría a exigir justicia, sin importar su cercanía con el asesino. Le dieron cinco años. “Es una burla”, dijo ella. Tenía todo para rendirse, sumirse en el vacío, pero no; ella asumió los anhelos de sus hijos por un mundo mejor; les prometió seguir con la lucha, por ellos, en honor a su memoria. Somos el futuro, por eso nos pidió estar a la altura. Finalmente advirtió que nunca se sabe cuál será el último abrazo, así que hay que darlo, siempre; así al menos se tendrá el recuerdo más cercano al presente.
Al final pude acercarme para abrazar a Sacrisanta y a Paola, y les dije: “Lo siento mucho”. Pero no les expliqué por qué lo sentía: fue por mi silencio inconsciente, por mi ausencia en espíritu; por ser indiferente desde mi realidad, mi burbuja. Sin embargo, el pedir perdón exige compromiso, y yo lo asumo desde ahora y hasta el fin de mis días.
Rescato el siguiente fragmento de un célebre poema de John Donne. Me recuerda el vínculo con la humanidad, con las que ya no están, con las que perdieron su voz. No se asesina a una mujer; se asesina a la humanidad entera. “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Cuánta tristeza, impotencia y rabia por esta lamentable realidad, cobijada por el gran flagelo de la impunidad… Excelente artículo, Fernando, tienes el don de la palabra escrita sin lugar a dudas. Felicidades.