La lingüística en México

Leopoldo Valiñas, Maestro en Lingüística por la ENAH, en este artículo argumenta la importancia de esta ciencia en México y el mundo. Ilustración: Ángela Alemán
La lingüística como ciencia nace en Europa a principios del siglo XX. Su objeto de estudio comienza siendo el complejo fenómeno del lenguaje humano, en lo general, y la descripción de las lenguas, en lo particular. Esta ciencia nace en un continente que no desconoce la descripción de las lenguas ni su visibilidad pues ha sido testigo de más de dos mil años de tradición gramatical, lexicográfica y de escritura. La lingüística nace para abordar el lenguaje de manera objetiva, científica y universal, priorizando su diversidad y su oralidad. Cosas que las gramáticas tradicionales ignoraban porque, más que tener una finalidad descriptiva, tenían (y tienen) un objetivo prescriptivista y normativo (siendo uno de sus ejes lo correcto y lo incorrecto).
A principios del siglo XX, los lingüistas que llegan al continente americano (especialmente a Estados Unidos) se enfrentan a lenguas muy diferentes a las europeas que, además, carecían de escritura alfabética que pudiera facilitar su estudio. Lenguas habladas por un extraordinario número de pueblos indígenas que habitaban esa parte del continente. Esto provocó que una parte significativa de la lingüística que se comenzaba a hacer aquí estuviera inmersa en la antropología. A diferencia de Europa, aquí la lingüística crece íntimamente relacionada con la antropología.
Y es la antropología la que trae a la lingüística a México. Lo hace porque llega la antropología acompañada con las disciplinas con las que madura en este continente. Así, para finales de los años 30, la lingüística se comienza a enseñar en México… en donde se enseña antropología. Desde ese momento se enfrentó, nunca de manera exitosa ni equitativa, a una arraigada tradición gramatical del español (que llegó a México con la Conquista y con las instituciones que la acompañaron). Ese enfrentamiento duró todo el siglo XX. Ambas disciplinas fueron, en un principio, antagónicas y jamás interactuaron. Por un lado estaba la dedicada casi exclusivamente a las lenguas indígenas (la que se crió con la antropología) y, por el otro, esos estudios hispánicos, tradicionales, vestidos de letras, de literatura, de autoridades y, tiempo después, de filología. Estos estudios hispánicos no se subieron al tren de la ciencia y mantuvieron su esencia elitista durante todo el siglo XX. Si bien actualmente esta diferencia ya no es tan evidente, todavía hay resabios y cicatrices abiertas aquí en nuestra UNAM.
Desde un principio, la tarea dominante que se impusieron los lingüistas fue la descripción de los idiomas mexicanos pero a la vez la de su clasificación genética (que es determinar con qué idiomas están relacionados porque comparten un origen común), además de dar cuenta de su diversidad geográfica; tareas que habían iniciado destacados intelectuales mexicanos durante el siglo XIX pero sin las metodologías necesarias ni el rigor científico adecuado.
Los marcos teóricos y modelos gramaticales científicos que se emplearon para lograr esas descripciones generaron una estrecha interrelación, durante gran parte del siglo XX, entre los especialistas americanos y los europeos. Así, las disciplinas lingüísticas crecieron rápidamente: la fonética (que estudia los sonidos del habla), la fonología (responsable de describir los sistemas de sonidos de las lenguas), la morfología (dedicada al estudio de las palabras), la sintaxis (cuyo objeto son las estructuras oracionales) y la semántica (cuyo reto es lograr hacer describibles y manejables los significados de las palabras y de las oraciones).
La inmersión de la lingüística en la antropología provocó que las relaciones entre la lengua, la cultura y el pensamiento se volvieran un tópico vital. Esta triada hizo que, incluso, no se pudiera hacer antropología sin cierta participación de la lingüística. Tan es así, que en México se identifica lo étnico con el nombre de la lengua.
Tanto el surgimiento de la llamada guerra fría como del boom de las religiones incidieron significativamente en el desarrollo de la lingüística en esta parte del mundo. En el caso de las religiones, las iglesias protestantes se impusieron como uno de sus objetivos básicos (además de convertir a la gente) el de traducir los textos sagrados y publicarlos en el mayor número de lenguas posibles. Esto repercutió en las reflexiones y propuestas sobre la traducción pero, más especialmente, sobre la escritura de las lenguas. Temas, ambos, vigentes y muy presentes en el quehacer de la lingüística mexicana actual.
La guerra fría trajo consigo algo más. La “necesidad” de crear traductores automáticos hizo que se reflexionara en lo que es el hablar, el decodificar y, en sí, el lenguaje. Esto provocó el nacimiento de un nuevo paradigma en el que la lengua ya no fue el objeto de estudio sino el conocimiento que tiene el ser humano de su lengua, lo que le permite hablar cualquier idioma sin que este le sea enseñado. La búsqueda de una gramática universal y el surgimiento de muy diversas propuestas teóricas que buscan describir y explicar la capacidad humana de hablar cataliza el crecimiento de la lingüística en la segunda mitad del siglo XX. Para 1975 en Estados Unidos, por ejemplo, había más de 100 universidades en las que se formaban lingüistas… En México había solo tres escuelas, y todas ellas, eran de antropología.
Los movimientos sociales, tanto físicos (migración) como ideológicos (nacionalistas) ya venían llamando la atención de los fenómenos lingüísticos que resultaban: el bilingüismo, las lenguas francas, los contactos entre lenguas, las ideologías que giraban alrededor de hablar o no determinada lengua, la relación con la identidad… en suma, la interrelación de lo social (con la amplitud que esto tiene) con el hablar y con las lenguas. Así, a mediados del siglo XX la sociolingüística surge y crece rápidamente.
Para el siglo XXI el desarrollo de la lingüística se vio acelerado por varios hechos: las nuevas tecnologías (que permiten ver fenómenos de la lengua que antes eran literalmente invisibles), los modelos científicos, tanto lingüísticos como sociológicos (que proponen maneras distintas de analizar los hechos sociales y lingüísticos), los movimientos sociales, tanto indígenas como de otras minorías (que entre sus demandas muchas veces tienen cuestiones o reivindicaciones lingüísticas como la escritura, el reconocimiento oficial, el derecho a la diversidad lingüística, etc.).
«En México, la lingüística tiene todo por hacer.» Actualmente la lingüística tiene muchísimas tareas prioritarias. No está de más recordar que según el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, en México hay 364 variantes lingüísticas que necesitan ser descritas, documentadas. La separación que había antes entre una lingüística dedicada al español y la que estudiaba las lenguas indígenas casi ha desaparecido. Los temas actuales giran alrededor de la lengua y su relación con el pensamiento, la cultura y lo social; con sus tres dimensiones: la oral, la escrita y la de señas; con la historia de las lenguas y la de sus hablantes… En México, la lingüística tiene todo por hacer.
Leopoldo Valiñas Coalla
Maestro en lingüística por Escuela Nacional de Antropología e Historia e investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.