Protesta para exigir reapertura de restaurantes pese a a la pandemia, 11 de enero de 2021, Ciudad de México. Foto: Portal Infobae

La Gran Dimisión y la Inflación

Guillermo Farfán Mendoza

Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, UNAM

En economía política se ha convertido en una tradición catalogar las grandes etapas de crisis económica con el adjetivo especificativo de “gran” o “grande”: la Gran Depresión de 1929; la Gran Estanflación de 1974-75; la Gran Recesión de 2008; y ahora, en el inicio de la pandemia de 2020, el historiador económico Adam Tooze nos hablaba del Gran Apagón para simbolizar el dramático freno a la economía mundial, derivado del confinamiento sanitario y el consecuente cierre masivo de las empresas, así como de la ingente paralización del empleo.

 

Bien, el recuento de los grandes episodios de la historia económica no termina ahí. Ante el temor de desencadenar una enorme recesión económica con quiebras y la pérdida masiva de empleo, la mayoría de países en las distintas regiones del mundo decidieron emprender una estrategia de salvamiento económico, alentados por los grandes organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE); en América Latina fuimos igualmente animados tanto por organismos regionales liberales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), como por la más desarrollista Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

 

Grandes fondos de estímulo financiero confinados fueron desembolsados por los Estados Unidos y la Unión Europea para mantener la actividad de las empresas medianas y pequeñas y mediante enormes transferencias monetarias para la población. Pero incluso en los países latinoamericanos, en particular del Cono Sur, se invirtió una suma considerable de recursos para tratar de suavizar los efectos potencialmente catastróficos de la paralización económica originada en la pandemia, bajo el supuesto de que una cantidad importante de naciones tenían la capacidad fiscal de endeudarse y de que el costo de la deuda, es decir, las tasas de interés, se ha mantenido significativamente bajo desde los años posteriores a la Gran Recesión. Vale la pena destacar la conspicua excepción de México, que no avanzó ni en una dirección ni en la otra, durante este episodio.

 

Pero el estricto confinamiento de las sociedades llegó a su término, el costo de mantener cerradas las economías comenzó a crecer tanto como la difusión del coronavirus y así ingresamos a la “nueva realidad”, esto es, a la reapertura de las actividades económicas, en medio de sucesivas olas de contagios, disparadas por otras tantas variantes del SARSCoV- 2. Los pronósticos del crecimiento económico se elevaron; de las fuertes caídas en la producción durante 2020, los organismos internacionales estimaron grandes repuntes, casi tan importantes como las caídas previas; la experiencia de las grandes crisis anteriores había aleccionado al mundo sobre la trascendencia de la aplicación de políticas públicas anticíclicas, conducidas por el Estado y no por el mercado, y por el retorno de la política fiscal de transferencias monetarias y gasto público, por encima de la política monetaria basada en la administración de las tasas de interés por la banca central.

 

Esa combinación de políticas fiscales expansivas y de reactivación económica en plena pandemia, auguraba un acontecimiento singular: una de las recesiones de más corta duración en la historia de la economía mundial o global, bajo la igualmente singular experiencia de la mayor pandemia en la historia de la humanidad. Baste ilustrar este aparente fenómeno virtuoso con la pronta reactivación de la economía mexicana a finales de 2020 que, sin haber participado en el esfuerzo de rescate de la economía y del empleo, se benefició del crecimiento de la economía estadounidense, en virtud de la magnitud de nuestras exportaciones a ese país en el marco del TMEC y de la transferencia de una fracción significativa del gasto social norteamericano a través de las remesas de los trabajadores mexicanos en los Estados Unidos.

Un restaurante en el Centro de la CDMX utiliza mamparas de cristal para dividir las mesas. Foto: Portal Forbes.

Sin embargo, la fiesta no está llegando a buen fin; en el inicio de 2022 la pandemia no ha terminado y el crecimiento acelerado de la economía se ha visto eclipsado por el actual episodio de crisis denominado como la Gran Dimisión y por la inflación; el demonio desencadenado, según dicen los economistas ortodoxos y conservadores, por las políticas expansivas del Estado. En realidad, estamos frente a otra singularidad para la teoría económica, en donde ni los mercados de trabajo, ni la macroeconomía se comportan como deberían hacerlo, según los modelos convencionales.

 

La pandemia cambió radicalmente la estructura de consumo de las sociedades; la vida social pública mediante el uso de automóviles y el disfrute de servicios de restaurantes, cines, centros comerciales, de vida nocturna, entre otros, se modificó, incrementado el uso de las tecnologías propias para el confinamiento, como televisiones, videojuegos, teléfonos celulares, streamming; y con la reactivación económica, particularmente de la demanda, el resultado ha sido la escasez de microchips, el embotellamiento de buques transportadores de contenedores, el estrangulamiento de la producción y el transporte, es decir, la disrupción de la cadena de suministros; al mismo tiempo, la escasez de trabajadores, en parte por las bajas ocasionadas por la emergencia sanitaria, se ha traducido en la escasez de materias primas y alimentos. El crecimiento económico ha encarecido la energía eléctrica y el petróleo. El resultado es la inflación, pero no la inflación atizada por el exceso de circulante como dice la teoría monetarista, sino provocada por un choque de la oferta, por un incremento de precios también generado por la escasez de mano de obra: el trabajo se ha rebelado contra el capital de una forma inesperada, se trata de la Gran Dimisión, las personas renuncian al empleo tedioso o mal remunerado, valorando la importancia de procurar una experiencia laboral más gratificante y llena de sentido ante la fragilidad y la incertidumbre de la vida que apenas conservamos en esta terrible situación. La economía política es cada vez más una ciencia social y humana.

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