Hombres ante el feminismo. Notas para un debate.

Felipe Olivos Santoyo, Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, nos entrega en este artículo una síntesis acerca del papel del hombre en el movimiento social denominado feminismo. Foto: Ángela Alemán y Emanuel Reséndiz
Definir qué es el feminismo y sustantivar esta definición resulta una primera tarea ciertamente complicada. Esto se debe a que el feminismo son varias situaciones a la vez. Es un movimiento social, por cierto, no uno nuevo. Igualmente es una filosofía que repiensa a la humanidad, sus relaciones, sus instituciones y estructuras de forma crítica, y es también una cultura, una forma de vivir, de valorar, de gozar el cuerpo, el espacio, de vincularse entre mujeres y entre mujeres y hombres, así como con otras adscripciones sexo genéricas que aparecen en el horizonte.
En esas mismas dimensiones, el feminismo está cruzado además por una diversidad de posiciones. Seguramente es del conocimiento general y no sólo de las personas iniciadas, la existencia de una amplia gama de corrientes teóricas consolidas y fácilmente reconocibles, por lo cual hoy resulta difícil hablar de un feminismo y por consiguiente el imperativo de pluralizarlo. Pero además de sus tendencias identificables, dentro del feminismo coexisten formas novedosas de apropiarse del término y llenarlo de contenidos anteriormente insospechados; pienso por ejemplo en el porno terrorismo y los feminismos poliamorosos. Aunado a ello, en torno a temas puntuales la polémica aflora y por tanto el consenso y la cohesión interna resultan tan improcedentes como los llamados a misa en tierras ateas. Hay feminismos que privilegian la política institucional y otros que reivindican la autonomía y la construcción desde abajo; feminismos identitarios y otros que dinamitarán todo enclave que intente cristalizar un yo colectivo. Feminismos cuyo ámbito será la innovación de lenguajes estéticos y otros que desde las ciencias repensarán las formas de hacer y validar los conocimientos.
A pesar de esta complejidad, existen ciertas trazas que posibilitan delinear los contornos del campo feminista. Quizá con todo lo problemático que hoy resulte la siguiente afirmación, los feminismos, todos, colocarán como eje de su pensamiento y de su propuesta a las mujeres. Este movimiento conlleva una serie de efectos de orden paradigmático. Entre otras de sus consecuencias, descolocarán del centro aquel sujeto que la modernidad erigió como la expresión encarnada de lo humano: el hombre.
En este significativo desplazamiento radica un primer desafío al poder simbólico y material de lo masculino y los hombres. Dicha interpelación es de tal contundencia que en sí mismo es visto y vivido como una amenaza por quienes albergamos el privilegio del devenir universal, al recordarnos no sólo la cualidad expropiatoria de esta pretensión, sino además que somos tan particulares como las mujeres. Aunado a ello, el feminismo, en tanto teoría del poder, ha edificado una compresión de la realidad social y de las relaciones que en ella acontecen, en la cual a la opresión de las mujeres corresponde la supremacía de los hombres, a la marginalidad de ellas se alzan los privilegios de los otros, a la explotación feminizada se erige, en contrapartida, una apropiación de la riqueza cifrada en masculino. En síntesis, nos devuelve un mapa social en el cual las coordenadas de su organización fundamental se establecen a través de hacer de la diferencia sexual el núcleo de uno de los sistemas de poder más persistentes y tenaces al investir dicha diferencia de desigualdad. A partir de este mecanismo primario se pautan los vínculos que a nivel micro y macro gesta el entramado de relaciones entre mujeres y hombres. De tal suerte, las diversas narrativas feministas apuntan hacia la responsabilidad histórica y concreta de los hombres en el sostenimiento de dichas jerarquías. Por consiguiente, si la amenaza inicial instalada con el descentramiento ha provocado reacciones contrarias, esta otra lectura ha sido interpretada por algunos como un verdadero grito de guerra. Ello no es una exageración, justamente coincidente con uno de los momentos de mayor visibilidad del movimiento feminista allá en los años sesenta y setenta del siglo pasado, la guerra de los sexos en sus distintas variaciones se instaló como un imaginario social recurrente. Entre sus versiones más explotadas se cuenta con aquella que asume en la aspiración feminista un intento de colocar a las mujeres ejerciendo las mismas actividades y poderes de sujeción que hoy por hoy los hombres realizamos. La fantasía del mundo al revés.
Tal como sucede cuando un grupo en el poder se asume vulnerado por los movimientos en la correlación de fuerzas sociales, muchos hombres viven el feminismo como amenaza y, en cierta medida, no podría ser de otra manera. Renunciar a los privilegios patriarcales se antoja difícil conseguir de motu propio. Así como otros ejes sociales y otras experiencias históricas enseñan, desmontar los poderes oprobiosos precisa de inversiones energéticas y de fuerza, de actos de resistencia, fisura, transgresión y desmontaje por parte de quienes se hallan en una condición subordinada. De ahí que ante la lectura de la amenaza se desprendan respuestas virulentas, desde los epítetos de feminazis hasta otras formas más intelectualizadas que argumentan y legitiman la diferencia, pasando por la violencia cuando los mecanismos de consenso patriarcales se han agotado.
«Algunos hombres se han descolocado del pacto patriarcal para emprender miradas y a partir de ahí edificar vínculos diferentes con el feminismo y las mujeres» Por otro lado, desde una posición minoritaria, motivados por razones de distinta índole, algunos hombres se han descolocado del pacto patriarcal para emprender miradas y a partir de ahí edificar vínculos diferentes con el feminismo y las mujeres. Estas experiencias guardan una historia que al igual que el feminismo tampoco es nueva. Así como ha ocurrido en el orden de género, este tipo de fenómenos políticos se puede observar en otros ejes como el racial o el de clase, presentándose situaciones en las cuales algunos segmentos de grupos privilegiados se solidarizan con quienes viven en opresión.
En el caso de las reivindicaciones feministas existe una participación de vieja data de hombres, no muchos insisto, pero ciertamente significativos, a pesar de que sobre algunos pese un olvido pasmoso. Tal como ha sucedido con François Poullain de la Barre, quien durante el siglo XVII y XVIII escribió tres tratados en los cuales reconoce la cualidad racional de las mujeres, convirtiéndose en una de las primeras voces en asumir, en esta condición compartida, un piso que igualaba a los sexos. Siglos después, John Stuart Mill, prestigiado filósofo y economista inglés, desarrolló una faceta poco reconocida, su activismo en favor de los derechos políticos para las mujeres; producto de su relación sentimental e intelectual con Harriet Taylor escribió un texto que se volverá referente para el sufragismo, El sometimiento de la mujer. Contemporáneo de Stuart Mill, Friedrich Engels ha representado un hito en el desarrollo del pensamiento del feminismo socialista, probablemente debido más a los problemas que dejó asentados en torno a la derrota histórica de las mujeres con la llegada de la propiedad privada y la familia monogámica que a las respuestas que vierte. Sin embargo, en una tradición para la cual, la cuestión de las mujeres era apenas una insinuación, estas tesis representaron un punto de partida de investigación y de activismo.
«La llegada del género como una perspectiva para releer las feminidades y masculinidades, ha representado la oportunidad de fisurar esta enajenación de género y comenzar a pensarnos como constructo específico» En épocas recientes, los hombres tocados por el feminismo no sólo acompañan a las mujeres en su exigencia de libertad, derechos e igualdad; particularmente, la llegada del género como una perspectiva para releer las feminidades y masculinidades, ha representado la oportunidad de fisurar esta enajenación de género, como la llamó Daniel Cazés, y comenzar a pensarnos como constructo específico, con todas los problemas y desafíos que representa para la vida de cada uno de nosotros un sistema de poder que además de subordinar a las mujeres nos enfrenta en una carrera interminable por acreditarnos en nuestra supremacía.
Leonardo Felipe Olivos Santoyo
Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Actualmente es investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH).