
El reto de enseñar a distancia una disciplina artística
Por Sofía Gamboa
El impacto de la pandemia por Covid-19 nos hizo repensar muchos aspectos de la vida y puso a prueba nuestras capacidades de adaptación. Aunque en un principio parecía que el confinamiento y la suspensión de actividades académicas duraría un par de semanas o meses quizá, conforme avanzaron los contagios y las defunciones, las medidas de distanciamiento social se hicieron más estrictas.
Con las labores suspendidas, el sector educativo se vio obligado a buscar los medios que le permitieran continuar con su quehacer, y para ello, tuvo que establecer estrategias de enseñanza mediante el uso de herramientas informáticas, diseñadas para la educación a distancia (Vielma, 2020). Considerando que gran parte del personal docente, así como del estudiantado, no estaba preparado para lidiar con estos recursos y mucho menos para integrarlos de manera exitosa a los programas y contenidos, esta nueva manera de educar supuso un terreno desconocido con grandes retos a superar.
El área de educación formal de las disciplinas artísticas se enfrentó a esta crisis con el doble de problemáticas por las medidas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pues a fin de detener la propagación del virus, los gobiernos de todo el mundo, incluido México, establecieron que las actividades no consideradas de primera necesidad fueran las primeras en interrumpir su operación (Morales y Portilla, 2020). Fue así como el quehacer artístico y los espacios culturales suspendieron sus actividades de inmediato.
Bajo estas circunstancias, la docencia en las artes se enfrentó al cierre de sus sitios e instancias, y a las nuevas metodologías de la enseñanza en línea.
Para tener un mayor conocimiento de esta situación entrevistamos a la profesora de danza, Libia Cantón, Intérprete de Danza de Concierto, egresada de la Academia de la Danza Mexicana del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), quien cuenta con tres décadas de trayectoria docente. Desde su experiencia a lo largo de estos dos años de pandemia, la profesora relató los desafíos de dar clases en el ámbito artístico de manera virtual.
La disciplina en la danza
John Martin, en su libro The Modern Dance (1965), explica la génesis de la danza como efecto normal de la experiencia emocional y mental. El hombre primitivo danzaba, dice Martin, “cuando era profundamente incitado a moverse” es por ello que el baile no se podría entender como una actividad mecánica instrumental, sino que el movimiento del cuerpo es la clave de la danza (Ivelic, 2008: 27). En esta acción depositamos emociones, sentimientos, ideas y pasiones. Es un lenguaje que nos otorga otro tipo de expresión a nivel físico, psíquico y social. A través de ella expandimos nuestras libertades al permitirnos construir un espacio de hacer artístico y social desde una expresión individual. He ahí que la danza cumpla además un papel humanizador y transformador de la realidad (Barbosa Cardona y Murcia-Peña, 2012).
La danza, como disciplina, implica constancia y dedicación; sin embargo, al ser una actividad física, también supone una gran rigurosidad y exigencia. Impartir y tomar clases de danza de manera formal supone la misma tenacidad que estudiar cualquier otra carrera. Incluso, a partir de las situaciones impuestas por el confinamiento sanitario, es posible que impartir esta disciplina artística haya implicado un mayor esfuerzo, tanto para los docentes como para los alumnos.
De acuerdo con Libia, maestra de danza en el INBAL, continuar con las clases en el ámbito artístico cultural significó un desafío, desde la organización y reestructuración del tiempo, como en la adecuación del contenido de las materias.
“Una clase normal se imparte los cinco días de la semana; pero con el confinamiento suspendimos labores tres semanas, con objeto delinear cómo íbamos a trabajar y no dejar de dar clases, ya que, como se había anunciado, lo cultural y lo artístico formaba parte de un segundo plano. Estuvimos horas y días concentrados en estos cambios. Si yo regularmente trabajaba ocho horas diarias, creo que entonces laboramos 12 en la planeación.
“La reestructuración fue complicada porque se redujeron los tiempos, es decir, ya no podíamos impartir clases a diario y no se lograba cumplir con todo el programa. Hubo un cambio total, precisamente porque no manejábamos, ni alumnos ni maestros, la tecnología.
“En consecuencia, surgió la preocupación por la calidad de la formación de las y los estudiantes durante la emergencia de salud y el nuevo modelo educativo.
“Ante la situación, tuvimos que ceder para acoplarnos e integrarnos, con el propósito de que los chicos no se estresaran tanto; pero la preocupación no sólo se centró en el aprendizaje de las y los alumnos para transitar a los medios digitales, sino en el reajuste en la forma de impartir clases. El poco o nulo conocimiento para aplicar y usar las herramientas tecnológicas en la enseñanza y el aprendizaje representó sin duda un gran reto a superar.
“Esto fue muy difícil. Yo no sabía nada de cómo manejar la tecnología. Me costó mucho trabajo, más como maestra de danza, y tuve que tomar clases. Nosotros, ya como profesores, no estábamos acostumbrados a que nos evaluaran, a estudiar, ni presentar trabajos; entonces, fue angustiante pero muy emocionante. “Creo que reviví mi época de alumna: volver a estudiar, a trabajar e insistir en practicar para salir adelante”.
No obstante, más allá de las capacidades y el entusiasmo de la profesora por seguir preparándose, continuaron las dificultades relacionadas con los recursos técnicos:
“Con el paso del tiempo nos dimos cuenta que se calentaban los dispositivos, que no había internet, que no todos los estudiantes entraban a clase o que las plataformas los sacaban de las mismas. Yo soy muy estricta, y tuve que hacerme más sensible a esta situación”.
El confinamiento impulsó a las y los profesores a superar estos desafíos y desarrollar estrategias pedagógicas con los aditamentos tecnológicos, manteniendo, en el caso particular de la danza, su rigurosidad y exigencia.
Así, y frente a la necesidad de ser precisa y cuidar la técnica ante sus alumnos, la profesora abrió un canal de YouTube, en el que, con ayuda de su hijo, crea contenido relacionado con sus lecciones de ballet.
“El canal me ayuda con mis clases, pues mis alumnos pueden repetir, y poner pausa en cada uno de los detalles de los ejercicios. Dije, creo que esto me va a funcionar para apoyar mi enseñanza; es como señalarles a los estudiantes: si yo marqué dos o tres veces algo y no lo entendiste, ve a mi página y ahí está. Mañana platicamos qué entendiste o qué no”.
Pero, desde la perspectiva de la docente, no fue la reducción en los horarios de clase, ni la brecha digital los obstáculos más grandes para la educación en línea, sino el impacto emocional y psicológico que provocó el encierro y que también trastocó las formas de enseñar.
“Muchos chicos enfermaron, pero de depresión, por ello, creo que el mayor reto fue lograr que no dejaran de tomar clases”. La interlocutora reconoció que, como docente, priorizar la salud de sus alumnos fue su principal objetivo…
“Hasta el mejor alumno o alumna cayó en depresión, por lo que mi principal tarea fue evitar esto. De hecho, sacar a los chicos adelante, motivarlos todos los días para no dejar de lado el arte, la danza, fue una importante misión, porque nosotros también, como maestros, caímos en depresión. …
“Siento que muchas veces mi labor fue como una terapia en lugar de una clase. Era la terapia donde ellos olvidaban un poco lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Algunos jóvenes me contaban sus cosas y me hacían sentir bien porque me decían: ‘su trabajo me libera, estoy muy deprimida; por eso no prendía mi cámara, pero al ver su clase empecé a salir’… Éstas son cosas que se le quedan a uno como maestro”.