
Imagen del portal El siglo de Torreón
El Estado latinoamericano de frente a los poderes supranacionales tecnológicos y financieros
Rodrigo Salas Osorio
Maestro en Estudios Políticos, FCPyS-UNAM
Es imposible no preguntarse por qué sólo hay un puñado de países en el mundo que han logrado invertir en tecnología y por lo tanto mantener una vasta fuerza financiera. Los ejemplos son numerosos, aunque a la vez, limitados: Japón, Estados Unidos, las potencias árabes y recientemente China, como nueva superpotencia. En el siglo XIX la riqueza y el poderío mundial estaban indudablemente asociados al desarrollo industrial; en el XX, al crecimiento industrial y tecnológico, sobre todo en el ámbito armamentístico, y parece ser que en el siglo XXI la acumulación y la generación de grandes capitales están vinculadas a la inversión y al desarrollo tecnológicos del mundo digital, a tal punto que hay empresas transnacionales de este tipo que han rebasado por mucho el PIB de diversas naciones del Tercer Mundo, sobre todo. La pregunta es ¿qué pueden hacer los Estados latinoamericanos de frente a esta avasalladora fuerza?
El panorama no es muy alentador no sólo para los Estados y gobiernos de América Latina, sino también para casi todos los pueblos subdesarrollados del globo. Desde principios de la década de 1990 muchas y muchos pensadores han dado cuenta de la forma en que la gran mayoría de los Estados del planeta se han ido alineando cada vez más a los intereses y voluntades de los grandes capitales supranacionales en el contexto de la globalización; no obstante, pareciera ser que ésta es una reflexión que sólo vale para los Estados ricos o capitalistas, en tanto que los periféricos casi siempre han estado atados tanto a los intereses de los hegemónicos como a los de sus empresas.
Por si lo anterior fuera poco, el Estado latinoamericano enfrenta también un nuevo reto: el ascenso de los poderes tecnológicos. Como se mencionó en el apartado anterior, incluso los Estados centrales se han visto incapaces de regular y gobernar a sus fuerzas económicas, financieras y tecnológicas, por el poderoso capital financiero que representan; por lo tanto, no es ingenuo suponer que el desafío se agudiza cuando esto se traslapa a la extremadamente débil capacidad de acción y de soberanía de los países dominados, como lo son México y los latinoamericanos.
Las naciones de esta región enfrentan, además, otro obstáculo: la falta de capitales para invertir. Se ha cuestionado mucho a los Estados del área por no haberse puesto ya a financiar un desarrollo tecnológico interno; sin embargo, el meollo de todo este asunto está en la escasez de capitales o de créditos financieros que históricamente ha determinado al mundo latinoamericano para modernizar su economía y sus modos de producción. Revertir este papel es casi imposible, a menos que la economía de uno o varios países hegemónicos no se desplome casi por entero para dar paso al ascenso de uno con potencialidad de desarrollo, como lo pueden ser Brasil o México, en el caso de los de la zona. La actual crisis y el evidente estancamiento económico de países de la OTAN suponen casi la única alternativa de las potencias del mundo subdesarrollado para insertarse, con la ayuda de un financiamiento bancario internacional, en el mapa del desarrollo de tecnologías de todo tipo; no obstante, todavía es muy temprano para configurar un panorama futuro en el que esto ocurra.
El desarrollo tecnológico de los países latinoamericanos les supondría, sin lugar a dudas, un considerable crecimiento económico que, traducido en fortalecimiento de su soberanía y de sus instituciones internas, podría amortiguar con muchos efectos positivos la sujeción de las empresas supranacionales del actual mundo hegemónico. La riqueza es sinónimo de combate a la corrupción, de una regulación jurídica efectiva, de una alta capacidad de inversión, sin necesidad de recurrir a inservibles organizaciones financieras como lo son el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial y de una especial capacidad para cuidar los intereses económicos internos de una nación, así como de mantener bajo la norma las acciones y los movimientos de las fuerzas trans o supranacionales de casi cualquier índole.
Para finalizar, se matiza que mientras los Estados latinoamericanos no tengan espacios de competencia económica internacional o no puedan adquirir programas de financiamiento a largo plazo, les será imposible, de entrada, desarrollar tecnologías propias y avanzadas y hacerle frente a la presión económica que le sigue ejerciendo el Primer Mundo, ya no sólo con compra de materias primas y venta de bienes industrialmente confeccionados, sino también con el suministro desleal de productos tecnológicos o de raquíticos créditos financieros. La aparente y contemporánea reconfiguración de las fuerzas mundiales supone una posibilidad para los Estados latinoamericanos para salir de esa atadura y de contener, lo más que se pueda, la aplastante fuerza de los poderes del mundo dominante.