Discurso de la doctora Judit Bokser en el Día del Maestro

Doctora Judit Bokser Liwerant. Fotografía: Gaceta Políticas
Discurso de la doctora Judit Bokser Liwerant, profesora de la FCPyS, en la ceremonia del Día del Maestro, en nombre de las y los profesores e investigadores reconocidos por 50 años de vida académica
Dr. Enrique Graue Vischers
Rector de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México
Queridas y queridos autoridades, colegas, alumnas y alumnos, compañeras y compañeros
Muchas gracias por haberme honrado con la oportunidad de dirigirme a ustedes.
Hablo en nombre propio, pero también en nombre de mis colegas hoy reconocidos, con los que conformamos una comunidad comprometida con la producción científica y el quehacer intelectual, caracterizados todos por poseer una manera específica de estar en el mundo y de entender el mundo.
Es desde esta doble dimensión, en la que se conjunta el compromiso y la creatividad individual con la pertenencia a una comunidad de aprendizaje, de docencia e investigación, que asumo esta responsabilidad y privilegio. Confío expresar lo que nos convoca en emoción y pensamientos… y hacerlo sintéticamente (un minuto por cada año hubiese sido ideal),
El tiempo, la temporalidad –determinante de la experiencia humana y de nuestra condición narrativa puede adquirir diversos significados y alcances como dimensión que utilizamos para planear y controlar nuestros entorno. Este año, tan crítico, nos devolvió un sostenido e inacabado tiempo presente, porque al no saber su fin –su temporalidad– fue difícil imaginar el mañana.
Pero ello nos fue exigido. La herramienta más poderosa que tuvimos es el conocimiento: el ejercicio de la comprensión de lo que vivimos, más allá de nuestra capacidad de agencia individual. El habernos negado a inmovilizarnos —aunque nos hayamos mantenido por seguridad dentro de nuestros hogares— es un logro que sólo puede ser alcanzado mediante la reflexión, no sólo en torno a los mecanismos de la enfermedad, sino del mundo en la que ésta se desarrolla. Es tomar el conocimiento del mundo. Fue y es seguir investigando, enseñando, dialogando. Como Universidad respondimos de forma excelsa a éste y otros desafíos que el tiempo nos puso por delante.
En este año el mundo se centró en la pandemia como una constelación de diversas crisis que se han conformado en el escenario mundial, trastocando nuestras vidas cotidianas hasta la fibra más íntima. Somos testigos de momentos en donde la muerte, pero sobre todo la vida, encuentran una nueva lente a partir de la cual ser contemplada. Es una suerte, y es loable, que nos reunamos en este día –aún por zoom, ya que en esencia ésta es una celebración de vida, y no de antigüedad, que se presta para que con un nuevo enfoque hagamos un balance de lo que significa este momento.
No hablo de antigüedad. 50 años significan vida que hemos sembrado dentro de nuestra Universidad.
Las experiencias, los cambios, los procesos, las anécdotas, los conflictos, las risas: en fin, la profunda y compleja riqueza que representa el sólo hecho de vivir. La vida universitaria en sus procesos académicos y en sus desvelos; la creatividad, los proyectos, sus normas e institucionalidad y la convicción de los aún muchos mañanas intelectuales.
Es en esta Universidad que hemos tenido la excepcional oportunidad de dedicarnos a observar, aprender, investigar, enseñar y comprender alternativas inexploradas, ignoradas u ocultas.
Es en esta Universidad que hemos asumido que el derecho de saber es intrínsecamente el derecho de ser y entre uno y otro, mujeres, hombres y comunidades, aspiramos a construir espacios de sensatez, sabiduría y dignidad.
Una universidad que es a la vez tantas realidades, tantos tiempos de desarrollo. Sin duda llegamos hasta este día en una coyuntura compleja para México y el mundo, pero no debemos de olvidar que entre incertidumbre y cambio nació la Universidad Nacional. El proyecto de Justo Sierra vio la luz en el turbulento año de 1910 y vivió sus primeros días en medio del estallido de la Revolución. Fueron momentos de cambio y transformación, que sentaron las múltiples bases que le dieron raíz y sustento.
Las continuidades y los cambios al interior de su diseño no han hecho más que enriquecerlo, permitiendo que podamos alojar nuestros cuerpos con él, generado así una comunidad que se reconoce como tal.
Nuestra Universidad tiene historia, una historia que la ubicó en el centro de la construcción de lo nacional y lo regional. Designio institucional y programa cultural en el que la racionalidad, la crítica y la autocrítica constituyeron y constituyen sus cimientos. La Universidad como espacio y resguardo frente a avasalladores impulsos por instaurar o imponer la herencia de una voluntad homogeneizante que no tolera la diversidad.
Es esta una Universidad abierta: al conocimiento, a la sociedad, a los exilios que vinieron primero de Europa y luego de nuestra América, abonando así con la experiencia exiliar un modo de hacer ciencia, promoviendo encuentros que posibilitaron y habilitaron el pensarnos como Universidad Nacional en la región, en el mundo. Universidad abierta a las migraciones profesionales de quienes somos hijos de exilios y tuvimos la oportunidad de incorporarnos; Universidad también construida por los espacios transnacionales del saber.
Quiero compartir con ustedes que también llegué a ella en tiempos de cambio y transformación –en1968. En esa explosión de formas de creatividad, como si la cultura, el conocimiento, y el arte se hubieran desbordado hacia la sociedad. Nuestra Universidad fue tanto testigo como espacio de disputa , lidiando con sus ecos, y a la vez convirtiéndola en impulsora de grandes cambios que significaron la ampliación de los espacios de convivencia política en una sociedad crecientemente compleja.
Pensemos también, como experiencia personal con implicaciones colectivas la correspondencia y el desafío de los nexos entre lo vivido y lo estudiado: me incorporé a la Universidad siendo invitada a impartir las materias Problemas de la Sociedad Política Contemporánea y Estado Actual de la Ciencia Política: una buscando a la otra –ciencia y sociedad, y queriéndose encontrar en la otra. Convergencias y divergencias.
Nuestra Universidad se ha desarrollado en ambas dimensiones.
Asumió un lugar central en la canalización y en respuestas a las demandas de diferentes y nuevos sectores sociales cuya expansión se orientó hacia la educación, la ciencia y la cultura, a la luz de complejos procesos de diversificación social de capacidades y expectativas. Como tal, afrontamos conflictos y desafíos por la superposición de demandas y responsabilidades.
Y ante ello, nos afianzamos como espacio del saber. La UNAM como institución de ciencia y cultura, aumentando y diversificando funciones y actividades, especializando sus campos de conocimiento, desarrollado espacios de investigación y difusión, de disciplinas tradicionales y emergentes y en la gestión de saberes y capital intelectual en México, en nuestra América Latina, y con los ojos al mundo.
La UNAM tiene más de un siglo de ser muchos y tantos espacios juntos –del saber; de la sociedad civil y agente de su construcción.
De ser también espacio alternativo a los márgenes estrechos de la política, debatiéndose consigo misma, pasó a ser germen del pensamiento y la reivindicación democrática… batallas contra la intolerancia en la sociedad o en sus aulas. Ha jugado y está llamada a jugar un papel central en la construcción de una cultura para la democracia, toda vez que entre los desafíos que viven los procesos de cambio destaca la necesidad de superar la debilidad de una cultura ciudadana que debe interactuar e incidir sobre los cambios institucionales requeridos para garantizar la expansión de las prácticas democráticas.
En mi trayectoria personal, en este espacio de libertad, en esta Ciudad Universitaria, en las que Buenos Aires y Jerusalem se fundieron en mi formación, en este espacio que juega con el tiempo, en él vivo y estudio la diferencia y la tolerancia, los resortes del pluralismo; los nexos entre etnicidad y ciudadanía, las dinámicas entre pertenencia y alteridad. Lo nacional y lo global.
Permítanme concluir señalando que nuestras ciencias, y en ellas las ciencias sociales, como la Universidad misma, confrontan permanencias y transformaciones en lo que hoy se manifiesta de modo contundente: la vida como construcción social y cultural; la construcción social del riesgo, en su diferenciada materialidad y en su percepción, en sociedades desiguales y fragmentadas; la necesidad y el resguardo de la cotidianeidad, hoy severamente alterada.
Aquellos que nos dedicamos a investigar y pensar el mundo –en su diversidad material y conceptual, en todas las ramas del saber, en las convergencias y divergencias disciplinarias– en estos momentos debemos explicar, comprender, interpretar y orientar también cursos de acción que reivindiquen el lugar de la razón y la imaginación en un mundo cuya complejidad, variabilidad y contradicciones, requieren del saber científico.
50 años. Confieso que me impactan, me desconciertan en ciertos momentos y me estimulan en muchos otros…
Porque tenemos frente a nosotros permanentes y nuevos desafíos —ciertamente el de resguardar la reflexividad como exigencia metodológica y principio ético que estructura nuestra práctica.
Y el de interrogar a nuestro mundo, repensando nuestros saberes.
Una agenda de vida.
La Universidad no es un crisol, sino es más bien un amplio territorio, una ciudad en la que habitan lo diverso, lo híbrido, los encuentros transdisciplinares y multisectoriales.
El potencial de ella es inmenso…. En esa inmensidad y por ella, hoy celebramos sólo 50 años.
Ciudad Universitaria, 15 de mayo de 2021