60 años de Administración Pública en la UNAM

Elena Jeannetti, Adàn Arenas y Omar Guerrero. Fotografía: Myriam Corte| Gaceta Políticas
En un auditorio González Casanova a punto de reventar, el doctor Adán Arenas, impulsor y moderador, comenzó: “Crear una carrera no es una tarea fácil”. Enumeró los retos: justificación social, actualización de contenidos, permanencia. “Es un esfuerzo intergeneracional”. Todo en torno a un proyecto compartido: la Administración Pública.
El doctor Lucio Mendieta, coincidieron Miguel Ángel Márquez y Omar Guerrero, fue quien logró la conformación de la carrera como tal, es decir, la fusión de las Ciencias Políticas con la Administración Pública. Desde 1958 se han experimentado muchas transformaciones; de hecho, bromean, “el cambio es la única constante”.
La administración pública como necesidad coyuntural
“La carrera nació como una necesidad”, comentó Erika Doring. Después de la Segunda Guerra Mundial el Estado adquirió nuevas funciones. Estas necesidades aumentaron aún más con el Estado de bienestar, que, si bien no llegó exactamente a México, sí lo hizo su efecto expansivo”, concluyó.
En su participación, Elena Jeannetti expresó su coincidencia con sus colegas ponentes y destacó la importancia de la Administración Pública como ciencia, arte y técnica. Como ciencia, aunque no sea exacta. Como arte, por la necesidad creativa. Y como técnica, por la resolución de problemas reales.
Utopía e imaginación
“Nuestra carrera se puede entender como una utopía: algo que no existe pero que puede llegar a ser”, aseguró el profesor Ricardo Uvalle. Es una disciplina eternamente perfectible, en mejora y transformación constante. Sus horizontes evolucionan históricamente y las exigencias de un pensamiento crítico y creativo son inherentes a su estudio, concordaron todos.
Y, como en una especie de clímax, Manuel Quijano, último participante, sentenció de la forma más sintética posible: “Somos la búsqueda de la tercera opción, la imaginación al poder”. Después, un ejercicio: le entregó a un estudiante dos plumas: una barata y otra de oro blanco. Preguntó a la audiencia: “¿Cuál pluma debería de entregar y cuál conservar?” Algunos se atrevieron a responder: “¡Que se quede con la cara!”. Sonrió, como teniendo todo bajo control, y finalizó: “¡No nos pertenece el puesto, nos pertenece el placer de servir!”. Llovieron los aplausos.j