Desapariciones: ¿cómo nombrar (y escribir) lo innombrable?
Por Carlos David Cabrera Palacios

Foto: Cuartoscuro (Archivo)
En el México contemporáneo, la desaparición de personas se ha convertido en un signo dolorosamente recurrente que refleja no sólo la profundidad de la violencia estructural, sino también la crisis de las instituciones encargadas de garantizar la vida, la seguridad y la justicia.
En este contexto, la tercera sesión del Seminario, Literatura y Ciencias Sociales, titulada: “Desapariciones: ¿cómo nombrar (y escribir) lo innombrable?”, reunió a tres destacados ponentes: Christian Amaury Ascensio, Maricarmen Velasco y Marcos Bernal, con el propósito de reflexionar, desde distintas disciplinas, sobre las formas en que la literatura y las ciencias sociales pueden contribuir a visibilizar, comprender y resistir este fenómeno.
Ascensio, coordinador del Centro de Estudios Sociológicos, adelantó: las ciencias sociales necesitan categorías para pensar; no obstante, fenómenos sociales actuales, como la desaparición, desbordan las herramientas analíticas convencionales. En este sentido, propuso el concepto de «orfandad institucional» para referirse a la situación de desprotección que viven las víctimas frente a un Estado que debería garantizar su seguridad y justicia, el cual fue trabajado a partir de la coordinación del libro que realizó junto con Analí Martínez Loera, en el que abordaron el caso Ayotzinapa como una experiencia límite del fracaso institucional. «Hasta qué punto las personas estamos o no desprotegidas frente a un Estado que se supone que tendría la responsabilidad de responder a estas situaciones», preguntó el también sociólogo, dando cuenta de un vacío ético y político que no puede ser ignorado por las ciencias sociales.
Desde una perspectiva politológica y sociológica, el expositor introdujo la noción de mandato, término que si bien proviene más del ámbito de las políticas públicas y del derecho, resulta útil para describir la función esencial del Estado: garantizar la vida, el bienestar y la justicia; sin embargo, en el contexto de las desapariciones forzadas, este mandato es traicionado. No se trata sólo de un Estado ausente, sino de uno que colabora activamente con estructuras criminales o que, en el mejor de los casos, opera con negligencia estructural. Esta traición no es incidental, sino constitutiva de un modelo político que ha hecho del borramiento y del silencio una forma de gobierno.

Christian Amaury Ascensio, Rubén Montes de Oca, Marcos Bernal y Maricarmen Velasco. Foto: Selene J. Miranda.
Ascensio identificó una estrategia deliberada de anulación de la evidencia y los testimonios en el caso Ayotzinapa, lo que impide no sólo la justicia, sino también la producción de una memoria histórica legítima. Uno de los aspectos más relevantes de su exposición es la apertura conceptual hacia otras formas de desaparición que exceden el marco jurídico de la «desaparición forzada». Reconoce que existen desapariciones vinculadas no sólo al Estado, sino también a relaciones híbridas con actores criminales, e incluso desapariciones voluntarias, como aquellas que implican la decisión de borrar la propia identidad. Esta ampliación del espectro analítico permite cuestionar la rigidez de las clasificaciones legales y adoptar una mirada más compleja, situada en las tramas sociales y políticas de la desaparición.
Una parte crucial del análisis se encuentra en la crítica al concepto de «verdad histórica», utilizado por las instituciones del Estado mexicano para cerrar prematuramente el caso Ayotzinapa. Ascensio denunció que esta noción, lejos de ofrecer claridad, se convirtió en una narrativa impuesta desde el poder para clausurar preguntas y negar otras versiones posibles de los hechos. Se trató, en sus palabras, de un «efecto realidad», una estrategia narrativa que construye una versión verosímil —aunque no necesariamente verdadera— para facilitar el cierre del caso.
Al final de su intervención, lanzó una pregunta que sintetizó la dimensión política de su análisis: «¿Para qué y a quién le sirve la desaparición?». Esta interrogante obliga a desplazar el foco de atención desde el acontecimiento particular hacia las estructuras de poder que lo hacen posible y lo perpetúan. La desaparición, en este marco, aparece como una herramienta de control social, de despojo y de impunidad funcional a ciertos intereses políticos y económicos.
En su intervención, Maricarmen Velasco señaló que en contextos marcados por la violencia estructural, la desaparición de personas se manifiesta no sólo como una herida física en el cuerpo social, sino también como una fractura ontológica y simbólica. Dijo que frente a este abismo, la palabra poética irrumpe como acto de resistencia, de memoria y de humanidad.
Velasco abordó la complejidad de nombrar el horror, señalando que la literatura no pretende ofrecer respuestas cerradas, sino abrir preguntas, alumbrar zonas de sombra y sostener la memoria allí donde el lenguaje jurídico, el discurso político o la investigación forense fracasan. Frente al aparato institucional que, en muchas ocasiones, opta por la negación, la omisión o la tergiversación de la verdad, la poesía ofrece un territorio desde donde nombrar lo innombrable. No se trata de estetizar el dolor, sino de ofrecer un resguardo para las voces acalladas y las historias truncadas.
La profesora subrayó que, al escribir sobre las desapariciones, la escritura misma se transforma: se vuelve balbuceante, quebrada, consciente de sus límites. No es una literatura ornamental, sino una forma de articular el duelo social y de oponerse a la impunidad. Esta dimensión ética del acto poético fue central en su exposición: escribir no es un ejercicio solitario, sino una forma de acompañar, de insistir en la presencia de quien ha sido arrancado del espacio público y afectivo.
Asimismo, Velasco reflexionó sobre el cuerpo desaparecido como un cuerpo doblemente violentado: primero por el acto físico de la desaparición, y luego por el intento de borramiento simbólico que conlleva. Frente a ello, la palabra poética resiste al olvido, al silencio oficial, y se convierte en cuerpo vivo que clama, que llama, que denuncia. La poesía, en este sentido, se constituye como archivo alterno de la verdad, especialmente en un país donde los archivos estatales están marcados por la opacidad, la simulación o la destrucción deliberada de evidencias.
En esta línea, su postura dialoga con la noción de “memoria subterránea”, planteada por autores como Michel Foucault o Paul Ricoeur, donde la historia oficial no agota las formas de recordar, y la literatura deviene un campo de disputa por el sentido. El poema, dijo Velasco, es también un acto político en tanto que interpela al lector, lo obliga a salir de su indiferencia y lo confronta con una verdad emocional y testimonial que las cifras no alcanzan a transmitir.

Maricarmen Velasco. Foto: Selene J. Miranda.
No menos importante fue la idea de que la poesía puede ofrecer una forma de duelo colectivo en contextos donde el Estado ha fallado en ofrecer justicia o incluso ha sido parte del crimen. Este duelo no es clausura, sino apertura constante; no es resignación, sino dignificación. Por ello, escribir sobre los desaparecidos no es hablar de ausencias vacías, sino de presencias plenas que insisten en existir, que se manifiestan en la palabra, en la consigna, en la marcha, en la página.
El planteamiento de la profesora Velasco es, en suma, un llamado a entender la escritura —y particularmente la escritura poética— como una forma de agencia en contextos de horror. En medio de la deshumanización sistemática, el acto de escribir se vuelve profundamente humano y humanizante. Lejos de buscar consuelo o redención, la poesía que surge del dolor busca verdad, justicia y memoria.
En el contexto mexicano, donde la desaparición forzada se ha vuelto una política de hecho y donde los mecanismos de justicia parecen más orientados a la simulación que a la reparación, la literatura aparece como un contra-discurso necesario. Frente al intento institucional de imponer una “verdad histórica”, la poesía plantea verdades emocionales, fragmentarias pero potentes, capaces de mantener viva la pregunta por los desaparecidos: ¿dónde están?, ¿quién los desapareció?, ¿por qué?, ¿quiénes son los responsables?
En conclusión, la intervención de Maricarmen Velasco invitó a considerar que frente a la violencia del silencio, la palabra poética no es un lujo, ni un adorno: es una forma de resistencia activa, una tecnología de la memoria, una herramienta para decir y exigir. Nombrar lo innombrable es, en sí mismo, un acto de subversión, de duelo y de esperanza. Escribir, entonces, se vuelve una forma de no desaparecer.
Marcos Bernal Ramírez indicó que el texto surge como necesidad de repensar los conceptos que expliquen las desapariciones, y que el problema de violencia en México se ha agravado, dado el combate con el crimen organizado, y el problema de los opioides en EU.