CULTURA CON POLAKAS

Imagen: Fotograma de la película Tiempos Modernos
La resistencia del vagabundeo
Por Mario González
Es curioso pensar en el caminar. Esta acción, en su función más básica, nos ayuda a trasladarnos, a llegar a un destino. Caminamos para ir a la escuela, al trabajo, a una cita, a un evento. La mayoría de las veces es un medio. Son pocas las personas que ven el caminar como un acto de goce por sí mismo, o las que lo entienden como una herramienta de conocimiento, una que les ayude a comprenderse a sí mismas, pero también al otro. Casi nadie la mira como un arma de resistencia.
Un ejemplo muy notable de estos personajes son los flâneusr, de los que habla Walter Benjamin en su obra Iluminaciones II. Un poeta en el esplendor del capitalismo, es decir, figuras que serpentean la ciudad a pie, vagando, callejoneando. Y así pasan el tiempo y encuentran personas y actitudes; hallan en ellas fuegos nunca buscados, asombrosas serendipias. Armados solamente con su cuerpo —ojos, oídos, pies, etcétera —, pasan horas, días y hasta años observando todo y a todos a su alrededor; conocer al otro, es bien sabido, es también conocerse a sí mismo. Los flâneurs buscan asomarse a las entrañas de la sociedad y de la humanidad, para, desde ahí, deshilacharla y volverla a coser. De ahí, tal vez, venga el nombre de Véloflâneur (vélo-bicicleta), proyecto artístico del fotógrafo mexicano Daniel Reyes, y que él mismo define en la presentación de sus videos como: “persona que anda en bicicleta, sin prisas, sin rumbo, al azar, por el placer de mirar mientras se entrega a la impresión y al espectáculo del momento”.
Tal vez los herederos de este caminar para conocer sean los vagabundos, personas que, como dice su definición más formal, van de un lugar a otro, sin destino determinado. Ambos, tanto flâneurs como vagabundos, son figuras que saben rendirse cuentas a sí mismos, pero no a los demás, por lo tanto, no es de sorprender que el sistema no les tenga mucho aprecio; sin embargo, son los segundos quienes han cargado con el desprecio de aquellos que son su objeto de estudio. Históricamente los vagabundos han sido marginados de las ciudades y de la modernidad en general. Ellos son la cara que toda sociedad quiere esconder, por sucios, por incorrectos, por no estar alineados, pero sobre todo, por ociosos. Si es cierto que las grandes ciudades se han fundado y crecido gracias a lo productivos que son cada uno de sus componentes, una persona que no produce ni gasta, no tiene valor —y por lo tanto, tampoco lugar— en ellas. La principal regla del sistema actual es muy clara: para pertenecer hay que generar.
Estos excluidos bien pueden ser fracciones de lo que George Bataille denomina como “La parte maldita” en su libro homónimo: hombres y mujeres que son tildados de perversos por el puro hecho de trascender, e incluso ignorar, el sentido de utilidad y gasto que exige el capitalismo moderno. Sus ojos, al mirar, entender y retratar al humano, son instrumentos de la triple dimensión —artística, religiosa y erótica— que, según la teoría del pensador francés, impulsa al hombre más allá de la sobrevalorada utilidad económica.
Su importancia en la Historia es muy grande. Basta recordar los enjambres de desempleados que vagaron por Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo pasado —fenómeno que llegó a su cúspide gracias a la Gran Depresión—. Errantes, sin casa ni trabajo fijo, estos observadores de la realidad recorrieron su país en trenes y lo estudiaron mediante su cuerpo y la calma de su andar. Y es gracias a estos nómadas que nació Charlot, el personaje icónico de Charles Chaplin.
A pesar de la idea que se pueda tener de él, su linaje es bello e interesante. Su ascendencia directa y su inspiración más cercana son los payasos vagabundos, quienes a su vez descendieron de los llamados “augustos”. Estos últimos son, según Darío Fo en su artículo “Los payasos” —compilado en El libro de oro de los payasos—, desinhibidos, inoportunos e incluso torpes. Y en esa misma obra, pero en el trabajo “Aproximación histórica”, Sol Álvarez y Federico Serrano los definen como personajes alegres, pícaros, que han escogido el camino de la ligereza; andar sin propiedades, sin ataduras, es su concepto de felicidad. Los definen como una especie de anarquistas. Y lo son si pensamos al anarquismo como una doctrina que pone la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad, incluso la material.
Augusto de nacimiento, Charlot siempre fue un sujeto excluido —y en ese sentido, bajo el dominio del sistema—, pero que sabía pelear contra cualquier autoridad. Algunas películas donde se ve claramente esa actitud desafiante y esa disrupción son A dog´s life, The kid, City lights y Modern times. En ellas se aprecia el arrojo y la valentía de un insumiso, que bien puede enfrentar ladrones armados a puño limpio o adoptar un niñoabandonado en las calles, con todas las responsabilidades que eso significa. Y aunque pareciera que su lucha radica en el puro enfrentamiento físico contra las autoridades, la realidad es que su pelea es más compleja.
Viridiana Becerril es doctora en Pedagogía y sus líneas de investigación son el arte, infancias, feminismos, y el cuerpo como forma de resistencia. Hace años trabajó en los servicios de alfabetización y preparatoria abierta que la alcaldía Venustiano Carranza brinda. En ellos utilizó mucho las películas de Chaplin para enseñar la Historia desde un punto de vista diferente, uno con humor, satírico e irónico. Y es de esas fechas que nació su gusto por aquellas historias y la particular interpretación que tiene sobre ellas. Al respecto explica:
“Son varios los elementos que Charlot sitúa como parte de lo social y de lo humano. El más obvio es el humor. Nosotros podemos ver cómo él puede provocar caos en las situaciones más solemnes, haciendo esta señalización de que nada es para tanto, y nos reímos de ello. También existe el elemento del anonimato, porque Charlot lucha contra personajes que representan el poder en sus películas, pero lo hace de una forma anónima: dentro de estas ficciones nadie sabe de dónde salió, pero está claro que interpreta un personaje fuerte, importante. El anonimato que conlleva el ser vagabundo se puede rescatar como una pista de cómo leemos el mundo: pocas son las veces que asociamos a estas personas como figuras principales o que tienen algún valor.
Su obra también nos invita a pensar en la relación entre la caminata y la modernidad. El vagabundo es el caminante por excelencia. Pero hay que insertar su caminar en el contexto de la modernidad y su idea de progreso, que tiene que ver con los grandes avances tecnológicos, donde lo común es el uso del automóvil, de los trenes, de los aviones, donde el cuerpo queda relegado, donde pierde valor. Lo interesante de este ser que camina es que recupera lo más importante y básico del ser humano: su propio cuerpo. Siendo esto una crítica velada, pero mordaz en sus películas”.
Las palabras de la doctora Becerril retumban, sobre todo en la última escena de la película The tramp. Ahí, el protagonista camina sobre un sendero que termina perdiéndose sobre una orilla de la pantalla, sin más pertenencias que un trapo hecho bolsa, un bastón y su andar de pingüino; armado sólo con su propio cuerpo. Como un moderno Quijote dispuesto a pelear contra los molinos de la modernidad, con el único fin de exigir de vuelta lo único que debería importarnos conservar: nuestra humanidad.