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Migración y refugio: el caso mexicano*
Rodrigo Rubén Hernández González
Maestro en Estudios Latinoamericanos por la UNAM
México se enfrenta, desde 2018, a una ola de constantes caravanas migrantes que parten, principalmente, de los países centroamericanos aledaños a su frontera sur. En el último mes, se han registrado expulsiones masivas que atraviesan la República Mexicana para llegar a Estados Unidos.
Nuestro país ha recibido a más de 20,000 migrantes provenientes de Honduras, Guatemala, El Salvador y Haití, que han sido regresados de Estados Unidos con la aplicación de la orden conocida como Título 42, que permite la devolución de miles de manera exprés a terceras naciones, ante la consigna de riesgo sanitario por el virus de la Covid-19.
Actualmente estos problemas migratorios se desarrollan en dos zonas fronterizas de México: en la del norte, con Estados Unidos, y al sur, con Guatemala. La situación de las y los migrantes es complicada, pues ante la incertidumbre de llegar al “país de las oportunidades” y el no querer regresar a sus lugares de origen, se han quedado a la espera de conseguir asilo en nuestro país. En lo que va del año, se recibieron aproximadamente 77 mil 559 peticiones.
Aunque el gobierno mexicano ha intentado contener a los migrantes con el despliegue de 28,395 elementos de las fuerzas armadas, que representan un 20% del total de las mismas, se busca una mayor implicación de Estados Unidos; por ello, el pasado 20 de septiembre, el presidente López Obrador se dirigió a su par, Joe Biden, a través de una carta, para solicitar más apoyo económico a los programas sociales en Centroamérica y priorizar la necesidad de elaborar una respuesta conjunta de carácter regional.
La situación migratoria de México ha sido criticada por la opinión pública, al parecer incoherente con la acogida de centenares de refugiadas y refugiados afganos desde que los talibanes tomaran el control de su país. Casi 500 personas han sido recibidas, de las cuales, la mayoría son mujeres, activistas y periodistas, que han huido de su país al verse amenazados en sus derechos humanos y estar en riesgo su vida.
Las y los refugiados afganos cuentan con una visa humanitaria de 180 días, con opción a ser renovada, lo que les permite permanecer legalmente en el país recibiendo hospedaje, alimentación y servicios básicos por parte de organizaciones de la sociedad civil.
Esta última cuestión marca una de las diferencias cruciales entre ser migrante o refugiado en México. En una conferencia, la subsecretaria de Asuntos Exteriores y Derechos Humanos, de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, Martha Delgado, señaló que las redes de apoyo facilitan la integración de las y los refugiados que, además, suelen contar con familiares o amigos en países aledaños, lo que facilita su reacomodo en otra nación. Una situación muy distinta a la que viven los miles de ciudadanos hondureños, guatemaltecos, salvadoreños y haitianos que cruzan el país.
Estas diferencias “sutiles” explican por qué México puede brindar refugio a solicitantes de otros países en conflicto y no lo hace con las y los migrantes. Para comprender mejor este problema, el maestro Rodrigo Hernández González apuntó:
“[…] la migración en el momento actual es resultado de las relaciones sociales capitalistas. Un poco para pensar en ella como resultado de la desigualdad y la pobreza, señalaré algunos momentos claves de la migración y de los procesos migratorios en el país.
En primer lugar, cabe destacar que el programa Bracero, que se creó en 1942 y estuvo vigente hasta 1964, permitió la movilidad social regulada de los trabajadores mexicanos a Estados Unidos, frente a la necesidad de buscar empleo. No obstante, al finalizar éste, que fue a partir de un acuerdo entre el gobierno estadounidense y el mexicano, es que va a comenzar el desarrollo de la migración ilegal, en la que será fundamental toda la experiencia de estos braceros.
Sucedió que el gobierno mexicano no realizó los pagos a los trabajadores de este programa, por lo que en los años posteriores se convirtió en un movimiento social muy importante en nuestro país, orientado a exigir dicha remuneración de la labor efectuada en Estados Unidos.
Esto se da de los años cuarenta hasta los sesenta, pero al mismo tiempo de esta migración se presenta también una interna muy fuerte, sobre todo a partir de los cuarenta, con el proceso de industrialización de ciudades como México, Guadalajara y Monterrey, que absorben una gran cantidad de fuerza de trabajo.
Un segundo momento vital es la entrada de las políticas neoliberales en nuestro país, sobre todo en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, tras la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, que entró en vigor el 1o de enero de 1994, y la reforma al artículo 27 de la Constitución en 1992, que van a generar un incremento muy acelerado de la migración de mexicanos hacia Estados Unidos, y también, de procesos de migración interna.
Es decir, ambos hechos se van a traducir en un proceso de quiebra del campo y de despojo de las tierras campesinas, a partir de su privatización, que va a expulsar a una gran cantidad de población campesina, por un lado, a centros suburbanos del centro de la República, pero la mayor parte hacia el país del norte, como migrantes ilegales.
Se da, así, una gran ola migratoria, por un lado, y por el otro, una respuesta muy xenofóbica por parte, no sólo del gobierno estadounidense, sino también de muchos ciudadanos de ese país en contra de los migrantes, no únicamente mexicanos, sino también centroamericanos, que están saliendo de sus naciones como consecuencia de la imposición de las políticas neoliberales.
Años después, en 2006, se da nuevamente un aumento en los procesos migratorios, con el inicio de la guerra contra el narcotráfico, que desata una violencia terrible en nuestro país, rompe el tejido social al interior y genera migraciones muy importantes, principalmente a Estados Unidos, pero también, con este nuevo patrón de acumulación capitalista, a regiones del norte de México, como Tamaulipas o Sonora; igual que al bajío, en Guanajuato; en el centro, Puebla; en el sur, Quintana Roo, que van a ser algunos de los estados receptores de las mismas, a partir de un proceso de deslocalización del capital, que generará una desindustrialización en los países centrales, y la relocalización del capital en los dependientes, como el nuestro. De igual modo, todo el desarrollo del trabajo maquilador, así como de la industria agrícola, darán lugar a importantes procesos de migración interna.
Entonces, la migración responde a una desigualdad generada por las relaciones sociales capitalistas, pero no solamente a esto, sino también a una violencia cada vez más grande con la que se reproduce el modelo capitalista. Es decir, la forma de reproducción del capital es mediante la violencia, fundamentalmente, y una violencia ilegal. Es lo que Rita Segato llama “la existencia de dos realidades”: una donde se regenera el capital en términos legales, y una segunda donde esto se lleva a cabo en términos ilegales.
De la combinación de ambas, el resultado es el aumento de los procesos migratorios de personas que buscan la sobrevivencia, frente a la imposibilidad de seguir su vida ante la imposición de las nuevas relaciones sociales; por ejemplo, a partir del despojo de sus territorios, que no les permite continuar su existencia como poblaciones campesinas y deben buscar un trabajo asalariado, o sencillamente necesitan salir de sus hogares huyendo de la violencia criminal, que coadyuva a la reproducción del capitalismo en el momento actual.
Ahora bien, en términos jurídicos es muy importante distinguir a un refugiado de un inmigrante, porque el concepto de refugiado, en el ámbito legal, está reconocido por el derecho internacional, y es aquel que, de acuerdo con las leyes, su vida, integridad física o dignidad como ser humano está en peligro en su lugar de origen, y por eso el país receptor debe asegurarle estos derechos. El inmigrante no es considerado así; él no es reconocido por las leyes internacionales y se le concibe como una persona que sale del sitio donde nació o radica, para buscar mejores oportunidades de vida.
Esto en términos jurídicos, pero me parece que pensarlo de este modo es muy limitado, pues se hace un uso discrecional y político de estos conceptos. Les voy a dar un ejemplo, hace un par de meses el gobierno mexicano anunciaba con bombo y platillo la recepción de 350 refugiados de Afganistán, principalmente mujeres y niños, por la llegada de los Talibanes al poder en ese país. Mientras esto ocurría, aquí había más de 65,000 solicitudes de refugio de migrantes centroamericanos no atendidas; la mayor parte, más de 45,000, en Chiapas. Y esto ¿qué es lo que genera?, que los solicitantes no puedan abandonar el lugar donde hacen la solicitud (principalmente están en Tapachula), y tengan condiciones de vida deplorables dentro del país.
Es decir, en un caso mediático como el de Afganistán, frente al peligro del terrorismo construido mundialmente, el gobierno mexicano adopta y anuncia que está recibiendo a estas personas, lo cual es muy bueno, pero en realidad, está haciendo un uso político y discrecional de a quién acepta como refugiado y a quién no. Si revisamos, por ejemplo, la crisis migratoria en Siria, los países receptores de refugiados sirios generalmente aceptan a mujeres y niños, y no a hombres, ¿por qué?, porque existe la construcción dominante (y racista) de que los varones son terroristas. Y eso es un uso discrecional de quién puede o no ser un refugiado.
Me parece que debemos sacar la reflexión del terreno jurídico y ponerlo en términos reales de la población que está sufriendo el desplazamiento de su lugar de origen o de residencia, por las condiciones generadas por el proceso de reproducción capitalista, lo cual me hace pensar en un poema de la poetisa somalí, Warsan Shire, que dice: ‘nadie deja su hogar, a no ser que su hogar sea la boca de un tiburón’.
Es decir, pensemos en los migrantes centroamericanos que intentan atravesar por nuestro país; que se suben a la Bestia, a este tren donde, con tal de llegar a Estados Unidos, se enfrentan al peligro de ser asesinados. Tenemos ejemplos dramáticos en el país, como la masacre en Tamaulipas.
Pensemos qué lleva a un ser humano a abandonar su hogar y cruzar un país desconocido en un tren, en autobuses o en los medios que encuentren, con la posibilidad de ser secuestrados por el crimen organizado y obligados a trabajar para éste; las mujeres de ser violadas, vejadas sexualmente; los niños de ser encarcelados, asesinados o violados también. Entonces, lo que esta poeta nos dice es que alguien abandona su casa sólo cuando ésta es más peligrosa que a lo que se enfrentarán. Por tanto, hay que pensar en las condiciones de vida de estas personas.
En muchas ocasiones los migrantes suelen ser estigmatizados y me parece que es una acción muy peligrosa. Es decir, debemos partir de que ningún ser humano es ilegal y todas las fronteras deberían estar abiertas. Vivimos en un mundo en el cual se da la inversión del sujeto por el objeto; estamos secuestrados por un objeto, que Marx llamó el sujeto sustitutivo; el valor valorizándose a sí mismo, que se ha convertido en un sujeto, y en objetos que somos utilizados para la reproducción de ese sujeto sustitutivo. Es muy peligroso porque se construye la idea del migrante como delincuente, flojo, individuo desechable, cuya vida no importa. Lo que debemos poner en el centro es la vida y dignidad del ser humano y rechazar toda política antimigrante.
Actualmente, el gobierno de la autoproclamada cuarta transformación está haciendo el papel de frontera o de ese muro que señalaba Trump. No era en realidad un muro físico al que se refería, sino uno que trata de controlar el tránsito de los migrantes hacia Estados Unidos, y que se puede traducir en los 10,000 efectivos militares que vigilan la frontera sur de nuestro país.
En conclusión, me parece fundamental seguir discutiendo sobre este tema y un punto de entrada es la literatura; por tanto, es muy recomendable el libro Un séptimo hombre, de John Berger, que narra la historia de la movilidad de personas en los años setenta en Europa. Contrario a lo que pasa con muchos trabajos, que conforme pasa el tiempo pierden su vigencia, el propio Berger nos dice que éste adquiere más actualidad, porque lamentablemente el problema de la migración va cobrando cada vez mayores dimensiones. Lo único que quiero poner en el centro es la vida y la dignidad de estos seres humanos y el rechazo a toda forma de frontera”
*Fuente del texto: Episodio 25 del Podcast de la FCPyS, Construyendo
el Debate, del 27 de octubre de 2021.
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